lunes, 14 de marzo de 2011
Lentes de sol
Piensa en esto: cuando te regalan unos lentes de sol te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente los lentes de sol, que los cumplas muy felices y esperamos de que te duren porque es de buena marca, ingles con bordes dorados; no te regalan solamente ese menudo brillo resplandeciente que te pondrás en la cara, paseará contigo y te lucirá. Te regalan -no lo saben, lo terrible es que no lo saben-, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, de que hay que pegar a tu rostro con sus bracitos de plástico en cada oreja tuya. Te regalan la necesidad de darle una limpiada todos los días, la obligación de guardarlos en su estuche para que siga siendo algo lujoso en buen estado; te regalan la obsesión de salir con ellos puestos a mostrárselo a la gente, en la plaza, en el parque. Te regalan el miedo de perderlo, que te lo roben, que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia de comparar tus lentes con los demás no tan lujosos. No te regalan unos lentes, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños de los lentes.
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